sábado, 6 de agosto de 2022

Gato bajo la lluvia – Ernest Hemingway

En el hotel sólo había dos americanos. No conocían a ninguna de las personas con las que se cruzaban en la escalera cuando iban y venían de su habitación. La habitación estaba en la segunda planta, con vistas al mar. También daba al jardín público y al monumento de los caídos. En el jardín público había grandes palmeras y unos bancos verdes. Cuando hacía buen tiempo siempre había un artista con su caballete. 

viernes, 1 de julio de 2022

Dentro de mil años - Hans Christian Andersen


Sí, dentro de mil años la gente cruzará el océano, volando por los aires, en alas del vapor. Los jóvenes colonizadores de América acudirán a visitar la vieja Europa. Vendrán a ver nuestros monumentos y nuestras decaídas ciudades, del mismo modo que nosotros peregrinamos ahora para visitar las decaídas magnificencias del Asia Meridional. Dentro de mil años, vendrán ellos.

Cada cosa en su sitio - Hans Christian Andersen


Hace de esto más de cien años.

Detrás del bosque, a orillas de un gran lago, se levantaba un viejo palacio, rodeado por un profundo foso en el que crecían cañaverales, juncales y carrizos. Junto al puente, en la puerta principal, habla un viejo sauce, cuyas ramas se inclinaban sobre las cañas.

La bofetada de Carlota Corday - Alejandro Dumas


El señor Ledru empezó.

—Yo soy —dijo— el hijo del famoso Comus, físico del Rey y de la Reina; mi padre, al que su apodo burlesco ha hecho clasificar entre los prestidigitadores y los charlatanes, era un distinguido sabio de la escuela de Volta, de Galvani y de Mesmer. El primero que se ocupó en Francia de fantasmagoría y de electricidad, dando clases de matemáticas y de física en la corte.

¿Qué hora es? - Elena Garro


–¿Qué hora es, señor Brunier?
Los ojos castaños de Lucía recobraron en ese instante el asombro perdido de la infancia.
El señor Brunier esperaba la pregunta. Miró su reloj pulsera y dijo marcando las sílabas para que Lucía entendiera bien la respuesta:

El piano viejo - Rómulo Gallegos


Eran cinco hermanos: Luisana, Carlos, Ramón, Ester, María. La vida los fue dispersando, llevándoselos por distintos caminos, alejándolos, maleándolos. Primero, Ester, casada con un hombre rico y fastuoso; María, después, unida a un joven de nombre sin brillo y de fama sin limpieza; en seguida, Carlos, el aventurero, acometedor de toda suerte de locas empresas; finalmente Ramón, el misántropo que desde niño revelara su insana pasión por el dinero y su áspero amor a la soledad; todos se fueron con una diversa fortuna hacia un destino diferente.

El corazón delator - Edgar Allan Poe


¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen… y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.

La casa abandonada – Pedro Prado


Alta va la luna y las nubes volando en torno. De vez en vez cae una nube como una mariposa en las llamas de la luna y hay una pasajera oscuridad. Luego, el cuerpo consumido de la mariposa rueda por los rincones oscuros de la noche.
Viento del otoño alegre, ensaya un silbido agudo. Los arboles le hacen reverencias. Afanosas las arañas, zurcen los vidrios rotos de la casa abandonada, y continuos calofríos estremecen los yerbajos del patio.

El huésped – Amparo Dávila


Nunca olvidaré el día en que vino a vivir con nosotros. Mi marido lo trajo al regreso de un viaje.
Llevábamos entonces cerca de tres años de matrimonio, teníamos dos niños y yo no era feliz. Representaba para mi marido algo así como un mueble, que se acostumbra uno a ver en determinado sitio, pero que no causa la menor impresión. Vivíamos en un pueblo pequeño, incomunicado y distante de la ciudad. Un pueblo casi muerto o a punto de desaparecer.

Al otro lado de la pared - Ambrose Bierce


Hace muchos años, cuando iba de Hong Kong a Nueva York pasé una semana en San Francisco. Hacía mucho tiempo que no había estado en esa ciudad y durante todo aquel periodo mis negocios en Oriente habían prosperado más de lo que esperaba. Como era rico, podía permitirme volver a mi país para restablecer la amistad con los compañeros de juventud que aún vivían y me recordaban con afecto. 

Juan Salvador Gaviota - Richard Bach


Juan Salvador Gaviota Amanecía, y el nuevo sol pintaba de oro las ondas de
un mar tranquilo.

Una broma extraña - Agatha Christie


-Y esta -dijo Juana Helier completando la presentación- es la señorita Marple.
Como era actriz, supo darle entonación a la frase, una mezcla de respeto y triunfo.
Resultaba extraño que el objeto tan orgullosamente proclamado fuese una solterona de aspecto amable y remilgado. En los ojos de los dos jóvenes que acababan de trabar conocimiento con ella gracias a Juana, se leía incredulidad y una ligera decepción. Era una pareja muy atractiva; ella, Charmian Straud, esbelta y morena… él era Eduardo Rossiter, un gigante rubio y afable.

El paraguas Jacinto - Álvaro Cunqueiro


Guerreiro de Noste iba por el monte, cruzando la sierra que llaman Arneiro, cuando se encontró con un hombre que llevaba un paraguas enorme, más alto que él, la tela de color ceniza. Guerreiro le dio los buenos días, y se admiró del tamaño del paraguas, que nunca otro viera.

Amor, eternidad - Luis de Castresana



Estaban apoyados en la barandilla mirando la ría. Una ligera neblina se enredaba en lo alto de las grúas, que se alzaban como extraños árboles metálicos en la otra orilla. Se habían encendido unas luces en el barco anclado junto a los muelles de Iribitarte.

El pavo de Navidad - Mario de Andrade


Nuestra primera Navidad en familia, después de la muerte de papá ocurrida cinco meses antes, fue de consecuencias decisivas para la felicidad familiar. Nosotros siempre fuimos una familia feliz, en ese sentido bien amplio de felicidad: gente honesta, sin crímenes, hogar sin peleas internas ni graves dificultades económicas. Pero, debido en parte a la naturaleza gris de mi padre, ser desprovisto de todo tipo de lirismo, instalado en la mediocridad, siempre nos había faltado ese disfrute de la vida, ese gusto por las felicidades materiales: un buen vino, un balneario, el refrigerador, cosas así. Mi padre había sido un gran equivocado, casi dramático, el pura-sangre de los esfuma-placeres.

El abuelo - Mario Vargas Llosa


Cada vez que el viento desprendía una ramita o golpeaba los vidrios de la cocina que estaba al fondo de la huerta, haciendo ruido, el viejecito saltaba con agilidad de su asiento improvisado que era una enorme piedra y espiaba ansiosamente entre el follaje. Pero el niño aún no aparecía. A través de las ventanas del comedor, abiertas a la pérgola, veía en cambio las luces de la araña, encendida hacía rato, y bajo ellas sombras medio deformes que se deslizaban de un lado a otro con las cortinas, lentamente.


A Delia le dolían las manos. Como vidrio molido, la espuma del jabón se enconaba en las grietas de su piel, ponía en los nervios un dolor áspero trizado de pronto por lancinantes aguijonazos. Delia hubiera llorado sin ocultación, abriéndose al dolor como a un abrazo necesario. No lloraba porque una secreta energía la rechazaba en la fácil caída del sollozo; el dolor del jabón no era razón suficiente, después de todo el tiempo que había vivido llorando por Sonny, llorando por la ausencia de Sonny. Hubiera sido degradarse, sin la única causa que para ella merecía el don de sus lágrimas. Y además estaba allí Babe, en su cuna de hierro y pago a plazos. Allí, como siempre, estaban Babe y la ausencia de Sonny. Babe en su cuna o gateando sobre la raída alfombra; y la ausencia de Sonny, presente en todas partes como son las ausencias.

Pregones - Luis Cernuda

Eran tres pregones.

Uno cuando llegaba la primavera, alta ya la tarde, abiertos los balcones, hacia los cuales la brisa traía un aroma áspero, duro y agudo, que casi cosquilleaba la nariz. Pasaban gentes: mujeres vestidas de telas ligeras y claras; hombres, unos con traje de negra alpaca o hilo amarillo, y otros con chaqueta de dril desteñido y al brazo el canastillo, ya vacío, del almuerzo, de vuelta al trabajo. 

Hoy y la alegría - Mario Benedetti


Poco importaba que no fuera domingo ni primavera. Igual me sentía dispuesto a que algo extraordinario me purificase. En realidad, son pocos los días en que uno puede sentirse anticipadamente alegre, alegre sin ruedas de café ni cantos nauseabundos a la madrugada, ni esa pegajosa, inconsciente tontería que antes y después nos parece imposible; alegre de veras, es decir, casi triste.

El fantasma provechoso - Daniel Defoe


Un caballero rural tenía una vieja casa que era todo lo que quedaba de un antiguo monasterio o convento derruido, y resolvió demolerla aunque pensaba que era demasiado el gusto que esa tarea implicaría. Entonces pensó en una estratagema, que consistía en difundir el rumor de que la casa estaba encantada, e hizo esto con tal habilidad que empezó a ser creído por todos. 

Como la hiena – Poli Délano

Hay días —sobre todo mañanas— en que puedo llegar a sentir una especie de felicidad verdaderamente inexplicable. Seré tal vez como la hiena, que es fea, se alimenta de excrementos, fornica una vez por año y sin embargo se ríe. Es probable —no soy yo quien quisiera negarlo— que dentro de todos los pesares, de toda la negrura capaz de circundarnos, haya siempre un lugar para la risa. Pero también es justo reconocer que toda esta negrura no alcanza ni a la sombra de otras negruras mucho más apretadas y como “mal de muchos, consuelo de tontos”, no dejamos de repetirnos en los momentos en que la realidad pretende damos un golpe de conciencia y como decía el poeta de mil años, que nunca se está tan mal como que no se pueda estar peor. Así que no nos quejemos.

El muro – Jean Paul Sartre

Nos arrojaron en una gran sala blanca y mis ojos parpadearon porque la luz les hacía mal. Luego vi una mesa y cuatro tipos detrás de ella, algunos civiles, que miraban papeles. Habían amontonado a los otros prisioneros en el fondo y nos fue necesario atravesar toda la habitación para reunirnos con ellos. Había muchos a quienes yo conocía y otros que debían de ser extranjeros. Los dos que estaban delante de mí eran rubios con cabezas redondas; se parecían; franceses, pensé. El más bajo se subía todo el tiempo el pantalón: estaba nervioso.

La vereda alta – Mario Benedetti

Si yo hubiera tenido padre y madre, todo habría sido diferente. Pero mi familia era una abuela materna, y una abuela materna no alcanza para nada. Además, a ésta le faltaban casi todos los dientes y siempre, cuando hablaba, uno creía que iba a escupir el último. Es probable que su odio hacia mí haya empezado en eso. Ella se daba cuenta de lo mal que me impresionaban sus encías inermes y balbucientes. Pero yo no podía evitarlo, así como ella no evitaba el odio.

jueves, 12 de mayo de 2022

Espantos de agosto - Gabriel García Márquez



Llegamos a Arezzo un poco antes del medio día, y perdimos más de dos horas buscando el castillo renacentista que el escritor venezolano Miguel Otero Silva había comprado en aquel recodo idílico de la campiña toscana. Era un domingo de principios de agosto, ardiente y bullicioso, y no era fácil encontrar a alguien que supiera algo en las calles abarrotadas de turistas. Al cabo de muchas tentativas inútiles volvimos al automóvil, abandonamos la ciudad por un sendero de cipreses sin indicaciones viales, y una vieja pastora de gansos nos indicó con precisión dónde estaba el castillo. Antes de despedirse nos preguntó si pensábamos dormir allí, y le contestamos, como lo teníamos previsto, que sólo íbamos a almorzar.

miércoles, 6 de abril de 2022

Olor a cebolla - Camilo José Cela


Estaba enfermo y sin un real, pero se suicidó porque olía a cebolla.

-Huele a cebolla que apesta, huele un horror a cebolla.

-Cállate, hombre, yo no huelo nada, ¿quieres que abra ventana?

-No, me es igual. El olor no se iría, son las paredes las que huelen a cebolla, las manos me huelen a cebolla.